Esta entrada la tuve 10 días como borrador y fueron 5 después de lo que sucedió que me decidí a escribirla (sale a luz hoy, 16 de octubre). Habla sobre la vida y muerte de mi perra, Oyuki.
Por alguna extraña razón, nunca he sabido su edad exacta. La perra llegó a la casa en medio de una nube de acontecimientos. Primero, habían envenenado a mis anteriores 2 perros (Bobby y Grizzly) y yo ya no quería saber nada de canes, sin embargo, por aquellos días teníamos la idea de que alguien podría meterse a robar a la casa (¿robar qué?, ahora me pregunto) y mi mamá quería que hubiera una perro en el patio trasero y la azotea para asustar al salteador. Segundo, también, cuando Oyuki llegó, mi papá se había ido de la casa. Coincidió con esa época, quizá por eso no recuerdo exactamente en qué momento apareció (lo bloqueé o algo así). Tercero, los problemas propios de la adolescencia (estar ausente del mundo, etcétera).
En fin, la edad de Oyuki siempre fue un enigma. Mi mamá dice que murió a los 12 ó 13 años, pero ayer me preguntaba una cosa: hace 12 o 13 años yo llevaba, si acaso, un año viviendo en donde ahora vivo, y Bobby y Grizzly vivieron con nosotros mínimo 2 años, o sea que Oyuki debió haber llegado a la casa hace 10, aproximadamente. En conclusión, según mis cuentas, Oyuki no superaba los 11 años de vida (aun así ya estaba viejita).
¿Cómo fue su vida? Oyuki murió sin conocer el amor, como toda una señorita. O al menos eso quise creer. En su juventud tratamos de que retozara como cualquier animal, con un perro de su misma raza, pero todos le parecían repulsivos porque siempre terminaba madreándolos. Al menos hubo tres intentos y nada. Una vez hasta se quedó toda una tarde en una casa abandonada con un patio enorme con otro Akita hermoso y nomás nada.
Comencé a dudar sobre su sexualidad, ¿acaso era una perra lesbiana?, o a lo mejor sufría de frigidez canina, pero por más que busqué un ginecanólogo, nunca lo encontré.
El tiempo y el descuido me darían la respuesta: Oyuki, por más señorita de casa que fuera, y por más
pedigree que tuviera, no dejaba de ser una perra (léase
bitch) como cualquier otra mujer reprimida. Lo que en realidad quería era una aventura con un perro callejero. A ella no le interesaba la buena familia de sus similares, ni el shampoo antipulgas que usaban, ni siquiera si comían croquetas
light o no; lo que ella quería era sentirse viva con un perro de mundo, un animal que tuviera experiencia y supiera cómo complacer a una dama.
Y así sucedió. Un sábado salió al
garage y al ver la puerta abierta, sus hormonas la condujeron a la calle. Pronto encontraría al que, supongo, sería el único que la llevaría a conocer terrenos supraterrenales. Un amor fugaz, de esos que dejan cicatriz. Y así lo haría literalmente.
Al darnos cuenta de la ausencia de Oyuki, saldríamos en su búsqueda. Pronto la encontraríamos jugueteando en un terreno baldío (quizá cuando algunos humanos fuman después de haberlo hecho, los perros juegan, como un "ritual
postcoitum"). Tenía las ancas ensangrentadas y se le veía una cara de felicidad como nunca. Pensamos lo peor. Un pinche perro todo mugroso y lanudo se alejaba esquivando las piedras lanzadas por mis manos que lo buscaban como blanco. Oyuki lo veía partir y con la lengua de fuera le decía adiós. El perro, entre la lluvia de piedras y palos, volteaba a despedirse con la cola entre las patas. En la casa todos estábamos consternados. Oyuki había perdido la doncellez con un mestizo.
Determinamos llevarla con un doctor para que abortara. La inyectaron una vez y nos dijeron que la lleváramos nuevamente un mes después, pero lo olvidamos. En la siguiente época de celo la llevamos con ese Akita hermoso que era dueño de tierras abandonadas. Los dejamos solos todo un día para que tuvieran un amorío bucólico, como toda una princesita de cuento. Cuando fuimos a recogerla Oyuki estaba emocionada al verme. Por fin seré abuelo, me dije, pero el padre no daba la cara. Su dueño lo llamó y no aparecía. ¿Dónde se había metido? Fuimos a encontrarlo abajo de un lavadero, aterrado. Nunca supimos si fue pánico escénico o que Oyuki le había propinado otra madriza al defender su honor —y el de aquel perrito de taquería—.
Dos o tres meses después el vientre de Oyuki había crecido. Me sentía muy orgulloso, pensé que finalmente vería el producto de mi perrita: unos lindos cachorros pura raza. Quizá aquel Akita era bastante tímido y después de fecundarla pasaba por un momento de vergüenza, por eso lo habíamos visto así... pero no. Una seudo veterinaria nos había dado falsas esperanzas: la perrita sí estaba embarazada, quizá nacerían 4 ó 5 cachorritos (hasta le hizo el tacto). Sin embargo, con el paso de los días, el hambre de Oyuki fue menguando y sus ganas de vivir también. La veíamos rara, no hacía nada, sólo se quedaba echada y tomaba agua. Hasta que un día decidimos llevarla con otro doctor porque el alumbramiento nada más no llegaba. El veterinario, irónicamente especialista en razas pequeñas, diagnosticó que era necesario operarla de urgencia pues la perra tenía una infección en la matriz, posiblemente consecuencia de la inyección abortiva. Al siguiente día la operamos. Me incluyo pues como era sábado el auxiliar del doctor no había trabajado y el galeno me pedía que lo apoyase en la cirugía. Me limité a suministrar el sedante y a pasarle algunos instrumentos necesarios para abrirla. La vi toda por dentro. 8 litros de pus le salieron. Tuvo que extirpar su órgano reproductor, ya que estaba infectado y no era posible dejarlo. Oyuki nunca más podría ser capaz de tener descendencia. (Aquí hago el vínculo con la parte donde dije que aquel amor le dejaría una cicatriz).
El doctor nos advirtió que por el cambio hormonal su humor se volvería más arisco. Corría el riesgo de volverse una perra violenta, pero no fue así. Al contrario, desde entonces Oyuki y yo tuvimos una relación más apegada. Todas las noches salíamos a caminar. Como era obesa, necesitaba estar a dieta y yo la consentía. Así pasaron otros años y nunca sufrió de nada. Hasta que un día se lastimó una patita. A partir de ahí comenzó a sufrir achaques. Casi no caminaba. Pensamos que no se recuperaría, pero varias veces lo hizo. Renacía y volvía a tener la energía de antes.
¿Cómo fue su muerte?
Pero ya en sus últimos meses sufrió otro grave problema, el riñón. No controlaba sus esfínteres y se orinaba o defecaba al estar acostada. Comenzó a volverse algo insufrible. El olor, el tener que limpiarla a cada rato, todo fue orillándonos en pensar en la alternativa de la "eu
canasia". Yo nunca estuve totalmente de acuerdo ya que veía que ella no sufría aún, sólo a ratos. Pero mi mamá y su esposo ya no lo soportaban y tomaron la decisión.
El pasado sábado 30 de septiembre yo iba a visitar a mi papá a Veracruz. A eso de la 1:30 p.m. me despedí de mi madre. Los dos estábamos enojados. Yo, porque sabía lo que harían, y ella, porque tenía que ponerse en ese estado para no dudar. Incluso me dijo que si hubiera bañado a Oyuki ese día no la matarían, pero yo sabía que era un comentario para liberarse de la culpa. Salí al patio trasero y la vi, echadita tomando el sol. Cuando me agaché para acariciarla vi que tenía una de sus patitas delanteras metida bajo el pecho, y al tocarle la cabeza noté que temblaba, como si lo presintiera. Cada vez que le pasaba mi mano por su cabeza y cara, temblaba. Le hablé, le dije que todo iba a estar bien después, que la quería mucho y que no la olvidaría nunca. En ese momento una lágrima se asomó. Es muy difícil que yo llore, pero sólo me bastó apretar los ojos y sollozar un poco para que las lágrimas escurrieran con más presteza. Apreté el nudo que tenía en la garganta y di la vuelta. Al salir de mi casa mi madre hablaba por teléfono. Sólo alcé la mano para decirle adiós. Vio mis ojos llorosos. Mi hermano también y se quedó sorprendido. Se me ocurrió decirle "Le tomas una foto", pero fue una mala idea porque contestó "¿Cuando esté muerta?"... Sólo me hizo enojar más.
No sé a qué hora exactamente habrá muerto. Yo no hubiera soportado presenciar la ejecución, por eso también me fui al puerto. Dice mi hermano que antes de “dormirla” la sacó al parque donde siempre la llevábamos. Iba contenta pues pensaba que le tocaba paseo, no se imaginaba que sería el último. Corría con dificultad pero con ganas de llegar al parquecito. Después de hacer sus necesidades y darle una vuelta al fraccionamiento, regresaría a la casa pero el doctor-verdugo, el-esposo-de-mi-mamá-cómplice y hasta el-barrendero-sepultador la llevarían a un terreno baldío (quizá donde años atrás conociera su único amor) donde, en medio de la hierba crecida y junto a una fosa, aplicarían la inyección letal que la llevaría al final del camino. No he querido preguntar si sufrió o cómo fue ese momento. Lo que sé es por oídas o porque lo supongo. Podrá pensarse que es una exageración, pero recuerdo que cuando iba viajando en el ADO, hubo unos minutos en los que me sentí raro. Quizá fue sugestión e imaginé que en ese momento estarían matando a Oyuki. No lo sé. Sólo sé que el domingo que regresé a mi casa ya nada era igual. La mancha negra que solía aullarme a mi llegada pidiéndome que la paseara, no lo haría nunca más.