La calle Abasolo es una de las más pintorescas de Xalapa y digna de describirse, consta de dos cuadras, aunque de la que hablaré es en la que puedes hallar dulces, ropa barata, frutas, verdura, pescado, videojuegos y prostitutas. La caracteriza tambien que, cuando caminas por ahí, a pesar de que existen aceras, la gente siempre camina a media calle esquivando uno que otro automóvil que pasa para salir al "Árbol" (otro lugar característico de Xalapa del que se puede hacer una semblanza aparte), y retomar la transitadísima calle de Revolución.
No sé qué de mágico tenga esta calle, pero varias veces he soñado que paso por ahí, o que entro a alguna casa que no existe en la vida real, o que alguien me persigue, o no sé cuántas cosas más, porque no han sido pocas las veces que recurre este lugar en mis sueños. Lo que sí sé es que quien pase por ahí y observe con detenimiento todo lo que hay en ella podrá estar de acuerdo conmigo en que esa calle sería una digna locación de alguna película de Buñuel. Totalmente peculiar. No sólo por lo que se vende sino también por la gente que deambula cotidiana o casualmente por allí.
Claro, también todo depende de la hora en la que pase uno por ahí, pero pensemos en una hora pico, como las 2:30 de la tarde, que fue justamente la hora en la que caminé por ahí hace un par de días y que seguramente me convertí en un personaje más de este pasadizo de una dimensión desconocida. Me dirigía a mi casa para comer, en el iPod llevaba alguna canción del nuevo disco de Thom Yorke, creo que "Skip Divided", al ir adentrándome comencé a darme cuenta de ese místico lugar, a verlo con extrañamiento pero al mismo tiempo con cierta atracción. Pude observar a dos niños que trabajaban en alguna dulcería juguetear, a un payaso que congregaba a los desintersados peatones que pasaban cerca a aprovechar las ofertas que ofrecía dicho comercio. También vi a un hombre vestido con un atuendo negro propio de cualquier integrante de una banda norteña que caminaba bajo el sol abrasante de esas horas, cubriéndose con una chamarra de piel, pero eso sí, con su sombrero de vaquero negro, andaba como sin dirección, con una expresión llena de tristeza, sugerente de puñados de historias a alguna mente inquieta que se percatara ella. Del otro lado de la calle se oía el anuncio del pescado fresco, pescado barato, pescado sabroso que la seño tenía que llevar. Más adelante, un par de jovencitas haciendo como que trabajaban, platicando una y mascando el chicle la otra, como robots en esa tienda de ropa que poca gente albergaba. Los que sí trabajaban eran las personas que despachaban las frutas y verduras, pesándolas, haciendo cuentas y cobrando, convenciendo de que los productos estaban frescos y saludables. Al menos eso quise pensar que decían, porque no los escuché. Enseguida un local con juegos de video, maquinitas que tragaban el dinero que los niños habían ahorrado en su recreo, saltándose el desayuno de ese día o, con suerte, habiéndole robado la torta a algún amigo del salón.
Pero la escena que me paralizó y me transportó a hacer esta reflexión sobre la calle de Abasolo fue la que encontré casi al llegar a la esquina, cuando me topé con tres mujeres de la vida fácil -es un decir, porque hay trabajos más fáciles y mejor pagados como el de alzar la mano para aprobar alguna ley sentado en alguna curul-, de baja estarura (máximo 1.55 cm), vestidas con faldas negras, "entalladas", entrecomillado pues sólo en una de ellas (la gorda) quedaba a reventar, ya que en las caderas y piernas raquíticas de las otras dos era imposible que la tela se ciñera. Calzaban zapatos tenis, imitación de marcas reconocidas como puma o nike, usaban blusas con dibujos de flores de lentejuelas y chaquiras. Estaban maquilladas a más no poder, pero ni la pintura lograba hacerlas ver más jóvenes, las tres andarían por arriba de los cincuenta años. Me pareció notar que una estaba desdentada, las otras también sonreían pero sólo de una vi que tenía puentes en los dientes. La tercia obstruía casi por completo el paso de la banqueta, y mientras mascaban chicle viendo a la gente que se acercaba, aplastaban una lámina de plástico llena de burbujitas de aire, de las que se utilizan para proteger los aparatos electrónicos que se manejan con cuidado. Ahí estaban las tres, sin hablar, pero entretenidísimas reventando las burbujitas de aire, como si estuvieran disfrutando de una rica comida, o como aquel niño que entretenidísimo juega con los juguetes que le trajeron los reyes magos, así este trío de mujeres parecían divertirse, únicamente viendo la vida pasar mientras escuchaban el "pop" que hacía esta actividad tan desestresante para muchas personas, porque lo confieso, yo tampoco puedo resistirme a la tentación de reventar estas bolitas cuando llego a tener uno de estos plásticos en en las manos. Y al pasar junto a ellas no tuve otro remedio más que esbozar una gran sonrisa por la imagen que acababa de atravesárseme. Tres prostitutas cuyo solaz consistía en reventar el aire encapsulado en plástico para escuchar el "pop" que aniquila las tensiones del día. Qué les importaba que quizá más tarde fueran golpeadas por un borracho al tratar de penetrarlas, o humilladas por las miradas de las señoras santurronas que pasaran por ahí, ellas sólo disfrutaban el momento, en silencio, masticando un chicle sin sabor. Y yo tuve ganas de tomar una fotografía, de ponerle pause al momento. Pero sólo pude rescatarlo de esta forma, compartiéndolo aquí para que lo imaginen. Como sacado de una película surrealista.
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