Dos hombres se encuentran en la terraza de un bar justo antes de la puesta del sol, cuando
el calor ya ha permitido salir de los espacios acondicionados por el aire frío
y fabricado.
Cada
uno de ellos —tanto el que llega como el que ya estaba— está acompañado por una
mujer. Los tipos se reconocen, se saludan con voz gutural. El que llega se acerca
mientras el que ya estaba levanta la mano pidiendo un high five, que resuena
por el entusiasmo del otro.
La pareja
que llegó entra al bar. Salen. Quizá no les gustaron las ofertas. Se despide
del conocido. Exige un nuevo high five pero el que estaba en la terraza se lo
intercambia por un abrazo. Se levanta de su silla, alza los brazos, se dan
tres, cuatro palmadas en la espalda mientras intercambian información de sus
planes del resto del verano. En tres segundos. Se separan.
Las chicas
sólo miran. No dicen una palabra.
El abrazo
termina y en seguida recuperan el espacio de su burbuja. El recién
arribado se aleja con su compañera mientras, de perfil, termina de explicar con parcas frases
(aún guturales) lo que hará durante el verano. Sendas frases al unísono cortan la
conversación.
El encuentro.
Uno se fue. Otro se quedó.
¿Qué
tipo de abrazo fue ese? Por cinco segundos pareció que sus acompañantes no
existían. Dieron la impresión, con ese abrazo, de haber compartido algún
momento entrañable en el pasado. Pero sólo fue digno de esos escasos segundos. Nada más.
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Yo le doy otro trago a mi cerveza en la silla de al lado y me pregunto cómo habría sido la misma escena en
México.
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1- El que
llega
2- El que
estaba
(1 chifla a unos diez metros de distancia. 2 voltea, reconoce, sonríe y regresa el chiflido).
1- ¡Qué
pedo, mijo! ¡Qué gustazo, cabrón! ¿Cómo estás? (levanta la mano para darle un
apretón).
(2 se levanta como impulsado por un resorte y responde el apretón de manos,
seguido por el respectivo abrazo más otro apretón que sella el saludo).
2- Bien,
wey, qué gusto verte. No mames, ya tenía un buen… Mira, te presento a X2.
1-
Ah, mucho gusto, soy 1. Ella es X1.
(Las
chicas se saludan de beso y también a los dos tipos).
1- ¿Qué
has hecho, cabrón? ¿Qué se toman?
2-
Una micheladita, le quedan buenas al José. Entren por unas.
1-
Eso le decía a X1. Aguántenme aquí, voy a pedirle un par y seguimos el coto.
Ahorita vengo, X1.
(Le
da un beso en la mejilla. Luego una palmada en la espalda a 2. Entra. Sale con
dos micheladas y botana. Los 3 que se quedaron afuera ya están hablando de
alguna anécdota que 1 y 2 compartieron en el pasado. 1 se integra a la
conversación soltando una carcajada para revivir aquellos momentos juntos…).
//
Mi
conciencia vuelve a la terraza del bar gringo en este atardecer que, con mi
cerveza, evaporó la ensoñación de México. Releo lo escrito y me doy
cuenta de que, aunque exagero, no sería difícil que la segunda escena sucediera
en realidad. Ha sido la nostalgia de estar lejos la que la ha elaborado así. Opto
por dar el último trago y me voy.