martes, 22 de enero de 2008

Una coincidencia

Que alguien me explique por qué más de una vez me ha ocurrido esto. Posiblemente no soy el único al que le sucede. Inclusive, con más seguridad puedo decir que es algo insignificante y creado por sugestiones fantasiosas. Pero hoy volvió a pasar.

Con certeza recuerdo que me ha sucedido al leer a G. A. Bécquer, a E. A. Poe, a G. G. Márquez, a J. W. Goethe, y a otros más a los que no podría citar con total convencimiento. Por presentárseme en más de una ocasión es que me ha llama la atención, aunque hasta ahora es que me atrevo a hablar de ello.

Mis hábitos de lectura siempre han sido principalmente callejeros, o mejor dicho, automovilísticos (más precisamente, en camiones del transporte público). No pienso buscar ahora una razón del porqué he leído gran parte de lo que he leído en los asientos de un servicio urbano, pero así sucede. Además, regularmente cuando deambulo, desde que estudiaba en la secundaria solía transportarme acompañado de música (en aquel entonces un walkman, porseriormente un reproductor de discos compactos siempre iba guardado en mi mochila, y más recientemente el inseparable iPod).

Aunque la coincidencia de la que quiero hablar no se trata de eso, son dichos factores los que se han visto mezclados de una manera bastante singular para llamar así mi atención.

Para explicarme más claramente, pondré como ejemplo lo que acaba de sucederme hace unos minutos, lo cual propició que escribiera esto.

Leía, desde hace unas cinco o seis semanas, un libro escrito por Hazel Rowley llamado Sartre y Beauvoir, el cual me regaló amablemente una alumna canadiense de español quien, dicho sea de paso, se dedica a escribir. Desde que leí el prólogo me atrapó, quizá por el morbo de leer la vida privada de ambos personajes. Ese morbo fue creciendo página con página; me fui enterando de cómo estos grandes franceses fueron abriéndose el camino en el mundo intelectual del siglo XX, siempre juntos, siempre sinceros, siempre comprometidos entre sí, aunque compartieran su vida y su cuerpo con otras "parejas contingentes", como ellos mismos solían llamarlas. De esta manera la lectura fue fluyendo, sólo las vacaciones decembrinas truncaron brevemente ese devenir, no obstante en los días recientes me interné de nuevo en la vida de estos escritores tanto que hace unos momentos le di fin a las más de quinientas páginas que se llevó Rowley para hablar de la vida de ambos, pero sobre todo de su peculiar relación.

Sigo sin contar en qué consiste la coincidencia. Gracias al que no ha sucumbido a mi cantinflesca escritura. Eccola: faltándome unas treinta páginas para terminarlo, ya estaba yo en mi trabajo, no había nadie alrededor y comencé a poner música al azar. Pasaban las hojas y yo notaba cierto paralelismo entre los ritmos de las melodías y el ambiente que recreaba la biógrafa, como si se tratara de un fortuito soundtrack de lo que estaba leyendo. Al final, cuando se hablaba de las muertes de ambos personajes, dos canciones de Alaska in Winter (un grupo que pocas veces escucho, pero que ahora ha crecido mi interés en ellos), enmarcaron el final de la lectura con canciones tan tristes como si fueran un réquiem. Lo más sorprendente no fue que la música encajara sino que mis ojos llegaron al punto final justamente al mismo tiempo en que las ondas sonoras dejaban de percibirse.

Esa misma sincronía se presentó con los autores que cité al principio, con otras canciones obviamente, pero siempre dejaron un sabor muy agradable por enriquecer ese momento. Tengo muy marcadas las experiencias donde se mezclaron Poe y The cure, o Bécquer y los Smashing. ¡Ah! Y acabo de recordar que el Rojo y negro de Stendhal también corrió la misma suerte, aunque no recuerdo qué música escuchaba en ese momento. Cabe aclarar que no necesariamente los finales de los libros sucedían en los camiones, esos sí, la mayor parte de las veces, se han dado en mi cuarto o un lugar tranquilo donde pueda despedir, con más intimidad, a los personajes y a su historia.

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